lunes, 11 de mayo de 2009

ILUSIONES QUE HACEN LA VIDA**

EN LA IMAGEN, EL MAR DE CHINA

PARTE 2/2


Habían pasado ya 9 días desde que Zhang comenzó a caminar al lado del Río Yangtsé y la emoción de escapar de todos sus problemas no se le borraba del rostro.

No se acordaba si fue a los 6 o 7 años cuándo le contaron que siguiendo ese gran río, el tercero más largo del mundo, cualquiera podría llegar a la fabulosa ciudad de Shangai y, por supuesto, al mar.

Desde entonces supo que quería conocer el mar personalmente. Sonaba tonto pero, para alguien que jamás había conocido lo que son las vacaciones, el mar era una posibilidad de fundirse con el la inmensidad de cielo… recostado en la tierra.

“Nunca había llegado tan lejos como Hangzhou. Pero con el mar la cosa es distinta. Era como una especie de puerta mágica que podía llevar a cualquiera a miles de kilómetros tan lejos como América o Europa; tan lejos como a la felicidad o incluso a la muerte. Tal vez debiera optar por esta última”, pensó.
“No, la verdad es que soy muy cobarde para ahogarme. A veces lo quisiera pero prefiero seguir en esta vida para esperar que algo pase”.


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Zhang calculó que le tomaría unas dos semanas llegar hasta el Mar de China por lo que decidió administrar fuerzas. Caminaba de las 5 de la mañana hasta las 10:00, momento en que se soltaba el impresionante calor.

Los primeros días se instalaba a la sombra de un árbol, a descansar y comer las últimas migajas de pan de arroz que pudo comprar.

“Era el sexto día y ya no me quedaba ni dinero ni comida. Decidí desviarme hasta un pueblo cercano. Aproveche que había mercado y me puse a la entrada para pedir limosna”, recordó Zhang.
“Con mi ropa sucia, deshilachada y mi aspecto nadie dudaría de mi pobreza. Así fue hasta que una viejita me regañó, me obligó a ayudarla a comprar sus víveres y a cargar todo hasta su casa. A cambio me dejó bañarme y me dio algo de comida para seguir caminando”.

Cuándo el fresco de la tarde llegaba, Zhang emprendía de nuevo su camino al lado del curso de Yangtsé. La luna aclaraba su camino por lo que esta parte del día era la más productiva, ya que se daba el lujo de caminar hasta entrada la media noche.

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La mañana del décimo día, desde uno de los montes, Zhang pudo divisar la enorme ciudad de Shangai y un poco más adelante observó el azul del mar, que contrastaba con el gris del cielo que advertía una tormenta.

Emocionado, Zhang supo que su destino estaba más cerca que nunca. Horas más tarde las casas de los distritos cercanos a Shangai comenzaron. Las gotas de lluvia refrescaron la última jornada.

Mientras más se acercaba al mar, la actividad aumentaba. Primero gallinas y perros corriendo; después gente, bicicletas, vendedores y camiones de transporte, todos mojados por la lluvia que no cesaba.

Encontró una parada de autobús para protegerse al menos un instante y para pasar el rato comenzó a leer un periódico medio húmedo que alguien olvidó en uno de los asientos.

‘Controla el Gobierno chino en 4.6 por ciento la tasa de desempleo’ se leía en uno de los encabezados.
‘Aseguran las autoridades en Pekín que el desempleo está controlado a pesar de que disidentes políticos aseguren que la falta de empleo alcanza ya un 20 por ciento del total de la población …”

“¿Creen que somos tontos o qué?”, dijo Zhang en voz baja, “a quién le importa si es el 4 o el 20 o el 40. Lo que importa realmente es qué va a pasar con nosotros; a veces siento que somos como apestados que sólo le estorbamos a los que tienen el poder”.

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Ya había caído la noche cuándo Zhang llegó al puerto de Waigaoqiao, exactamente al lado de dónde las aguas del Yangtsé desembocan en el Océano Pacífico. Barcos de todo el mundo cargan mercancías que luego llevan a otros continentes.

A las 22:15 horas, se acercó hasta la malla de metal que protegía el área de maniobras. Todo era obscuro y no había nadie cerca del joven chino.
A pesar de la frágil luz de las lámparas, Zhang pudo distinguir primero los contenedores naranjas de las empresas navieras y, exactamente al fondo, esa criatura oscura, siempre en movimiento que le había robado tantos pensamientos desde su infancia.

“Ahí estás. Tú eres el puente al más allá, a las estrellas, a los continentes, a las hamburguesas y a los autos de lujo… todo está en la otra orilla”, susurró.

Pero eso no era suficiente, Zhang debía tocar con sus manos el agua, sentir el mar en su ser. Entonces encontró una reja a través de la que podía brincar hasta el mar pero cuando empezaba a treparse apareció una patrulla.

Inmediatamente los dos oficiales lo abordaron y le advirtieron que no podía estar ahí porque era un área peligrosa y podría sufrir un accidente. Zhang estaba todo mojado, hambriento y triste porque los oficiales inmediatamente lo treparon a la unidad sin poder evitarlo.

Fueron 250 kilómetros de camino, 10 días de cansancio a cambio de una experiencia de vida que nadie jamás podrá arrebatarle. De alguna manera Zhang es una mejor persona ahora que en aquel momento en que recibió su despido.

No obstante, este cuento sólo tiene un final. No sé si es un final feliz o no.

Después de verificar la identidad de Zhang, de descartar cualquier riesgo de que fuera un asesino serial, los policías decidieron llevarlo a la estación de autobuses más cercana para que regresara a su pueblo natal.

Como un detalle, los oficiales le proporcionaron los 200 yuanes, unos 28 dólares, para que pudiera pagar su boleto.


**Este relato es una reconstrucción literaria elaborada por el autor a partir de datos reales. Todas las cifras, hechos y personajes son verídicos, obtenidos de fuentes periodísticas.

domingo, 10 de mayo de 2009

HUMOR: La buena reputación en la crisis


**En una agencia de automóviles, el vendedor estrella se quejaba con una de las secretarias.

"Con esto de la recesión me ha ido muy mal", confiesa el hombre, "este mes tendré que vender algunos coches o perderé mi buena fama".

"Pues mira que a todos nos pega", replicó la atractiva muchacha, "este mes tendré que vender algo de mi buena fama o si no, perderé mi coche".